jueves, 24 de noviembre de 2011

No tocaba.

Podría haber sido ayer, miércoles 23 de Noviembre, pero no tocaba aún.
Hace una tarde bonita, son las seis y el sol se ha ido a dormir hace unos minutos. En el horizonte queda un reflejo anaranjado que recuerda que el astro acaba de retirarse y aún dibuja el horizonte con la estela de lo que queda de su luz. No hay mucho tráfico pero es lento, ya que los coches se agolpan en un solo carril a causa de los trabajos que están realizando operarios del ayuntamiento en el alumbrado de navidad.
Voy bien, tengo todo el tiempo del mundo. Cruzo mi ciudad por la avenida principal en contadas ocasiones, de modo que no me molesta tardar más de lo que sería habitual y no me agobian los atascos, será que los sufro poco.
En la radio suena una canción que me levanta el ánimo y me hacen sentir bien, fuerte, segura, llena de vida….”hoy voy a ser la mujer que me dé la gana de ser”, dice. Conduzco mecánicamente, como por inercia, de la misma manera en que lo hacemos el noventa por ciento de los usuarios de automóviles, habituados como estamos a la monotonía de un acto que se ha convertido, aunque no debiera, en reflejo. Casi he llegado a mi destino, estoy parada en un cruce, se abre el semáforo para darme prioridad en una intersección, levanto el  pie izquierdo del embrague y de la misma manera piso el acelerador con el derecho. Mi vehiculo inicia la marcha, en milésimas de segundo miro a mi izquierda, veo por el rabillo del ojo un coche rojo que viene a toda velocidad, no tiene intención de parar, el mío frena en seco. Me quedo en mitad de la carretera sin capacidad de reacción. El infractor ha desaparecido, por el retrovisor echo un vistazo a los que me siguen, están parados, estupefactos. ¿Qué ha pasado, como he frenado tan rápido, qué clase de reflejos he tenido? Sonrío y pienso que alguien vela por mí en alguna parte. Podría haber sido pero no ha sucedido. Hoy es un gran día, “hoy voy a ser la mujer que me de la gana de se”. Hoy la de la guadaña  ha pasado de largo.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Artesanos


Un amigo de la infancia me enseñó a pisar fuerte en los momentos duros, mientras corríamos por las playas a ritmo de Heavy Metal.  Su padre me mostró el maravilloso mundo del arte de la conversación. Una actriz me cogió de la mano y me llevó a conocer la lealtad incondicional por los amigos. Una amiga con demasiada prisa por marcharse me quitó el miedo a la muerte de un zarpazo, que la muerte no es mala, lo malo es morirse. Una mujer no me dejó llegar nunca a ella, escogió ser una isla y conocí la soledad más grande, la interior. Un hombre de barbas de nata hizo que mi aniversario del año dos mil ocho sea uno de los recuerdos más bonitos que poseo. Una mariposa me abandonó por una luz más brillante que la mía, pero para eso es una mariposa. Un inglés me educó en la emoción y me enseñó a no sentir vergüenza cuando ésta se derrama.  Un niño de dieciséis años me indico el camino a la serenidad. Un analfabeto emocional me despreció y me ayudó a experimentar la lástima. Una luciérnaga me indicó el camino del afecto cotidiano con su lucecilla, aunque ella se perdía con asiduidad. Otro niño más pequeño que el anterior reiteraba que hay que pensar antes de hablar.  Una ciber-compañera se tomó la molestia de venir a conocerme y plantó el arból de la amistad. Un fotógrafo de cosas que casi nadie ve, me presento un mar distinto, vestido de faralaes y adornado con volantes de sal. Una galesa pelirroja anegó de agradecimiento todo mi ser cuando se acordó de hacerme una llamada para despedirse  para siempre. Otro fotógrafo, éste de Estelas de Jazz, me pidió que escribiera  mi primer libro. Alguien de genio huracanado me lo dejó en herencia para que pudiera desahogarme vehementemente. J, cuyo don es convertir en arte todo lo que toca, me abrió una ventana para ver de cerca como funciona la genialidad. Una doña me enseñó a marcharme cuando algo no fluye con naturalidad para evitar alimentar el desamor. Un escalador me demostró que por mas montañas que se interpongan, hay amistades que no entienden de obstáculos. Una señora hizo de guía turística y ninguna de las dos nos movimos del sofá. Un actor me dejo entrar en su casa y me alentó cuando yo había perdido la fe en mi. Una chica con un caparazón ancestral como el de la tortuga de Darwin me ayudó a aprender a convivir con mis miedos. Un marino me marcó el rumbo a la humildad para poder pedir perdón con naturalidad. Una que me juzgo y me condenó sin darme opción a explicarme me mostró que la libertad es dejar que los demás se equivoquen solos, sin juzgarlos. Una profesora de ojillos vivaces y pañuelos de seda anudados al cuello me enseñó que  los libros son alimento para el alma. Una chica a la que solo conocía de vista me regaló  en un día negro y abisal, el abrazo más cálido que me han dado nunca.  Una irlandesa me dejó una lección inolvidable, “nosotros guiamos nuestro destino, salvo excepciones insalvables”.  Una niña alemana me enseñó a escribir mi nombre en otro idioma y me abrió la puerta a otras lenguas. Un paseo por una ciudad extraña me mostró que la predisposición del ser humano a ayudar a otro que vaga perdido, prevalece sobre la indiferencia. Una amiga de la infancia me hizo tomarme en serio los espejos. Un amigo de cuyo apellido juego a no acordarme, me ofreció un guiño cómplice cuando nadie parecía entenderme. Una viuda me adoptó sin condiciones cuando estuve sola en el extranjero. La sonrisa franca de una desconocida en un momento de dificultad encendió una esperanza hace ya años que aún hoy no me ha abandonado. Un padre al que no conocía me hizo llorar por su dignidad y resignación en la despedida de su hijo.Un editor que perdió su tiempo en leerme y corregirme me dijo que uno hace por otro y luego llega un tercero y hace por uno, y así es exactamente como funciona.  Una madre de siete hijos, me permitió robarle el tiempo del que no disponía y tomarla de confidente. K, que me dijo que mis palabras la habían acompañado en muchos momentos y entendí que su calidez me nutre. Un músico puso banda sonora a mi vida y aún resuenan sus notas en mis oídos.
Gano mucho más de lo que doy y guardo mucho más de lo que pierdo. He aprendido que cuando uno dice “no puedo más” todavía puede continuar mucho tiempo. A todos los artesanos de emociones que he mencionado y sobre todo a los que he olvidado Gracias!



miércoles, 16 de noviembre de 2011

Carreras en el cielo

Roberta apoya la mejilla en la ventanilla del coche. El tintineo del motor que hace temblar el cristal le produce una suerte de cosquilleo que le calma los nervios. El paisaje  es precioso, una delicia para el visitante y un orgullo para el oriundo. Italia es rica en lagos, parajes verdes, viñedos, edificaciones solemnes de familias con solera y escudo y construcciones añejas mecidas en lo que un día fue la cuna del mundo. Pero Roberta no puede ver nada. Sus ojos miran hacia el infinito, clavados en un horizonte azul que nada muestra y que todo encierra. Mirar sin ver es uno de los actos reflejos que más practica el ser humano, aún sin darse cuenta muchas veces, pero ella es consciente de su pecado. No hay nada ahí fuera capaz de llamar su atención, nada que la atraiga o la conmueva. No hay nada.
Luigi conduce en silencio, hace ya meses que no cruzan más que las palabras estrictamente necesarias. No saben que decirse, perdieron en un instante la capacidad de comunicarse, de contarse sus sentimientos, de arroparse el uno al otro, de tenderse una mano o darse un abrazo en la oscuridad del camino. A Luigi lo criaron en una familia típicamente mediterránea, con ese absurdo convencimiento de que los hombres no pueden tropezar ni mostrar debilidad. Un hombre es un hombre y no hay lugar en su interior para sentimentalismos que no llevan a ninguna parte y que tan poco respeto inspira a los demás.
La mira de reojo, hace meses que la observa, ve como Roberta se va ahogando en un mar de silencio, el mismo que ellos se han impuesto de mutuo acuerdo con sólo cruzar las miradas.

Van llegando a su destino. Levanta el pie del acelerador, duda un momento pero Roberta sale de su ensimismamiento y le ordena sin palabras continuar. El obedece y toman el camino de tierra que les lleva a su destino.

Cuando llegan se bajan los dos del coche y sigue el perpetuo silencio. Ella saca unos mazapanes envueltos en un paño de cuadros rojos y blancos, dulce típico de Sicilia, su casa. Le tiemblan las manos pero se insufla valor, aminorando el paso, dando tiempo a Luigi a llegar a su lado. Caminan juntos. Llaman a la puerta, un perro ladra alertado por el timbre, tardan un poco pero se oyen pasos que se acercan.
La puerta se abre y un hombre encorvado que se adivina un día fue grande asoma, abatido, con los hombros caídos y  los ojos cansados de buscar, escondidos tras sus gafas graduadas.

Roberta da un paso, le adelanta el presente e intenta que la voz no se le rompa justo ahora.

-         Hola Paolo, mi marido y yo, hemos venido a presentaros nuestros respetos. Nuestro único hijo murió hace dos meses en un accidente de moto, como el vuestro y hemos pensado que si os ofrecíamos un poco de aliento quizás….

No puede continuar se le quiebran las buenas intenciones, la voz y el alma. Se abalanza sobre Paolo, lo abraza, llora desconsoladamente y se aferra con fuerza a ese hombre como si hacerlo pudiera purgarle el dolor que trae a cuestas.

Luigi no se mueve. Incapaz de reaccionar al ver a Roberta por fin partirse en dos. Sólo llora por primera vez desde aquél día.

Paolo la abraza a su vez, mira al marido y esboza una mueca, algo parecido a una sonrisa.

El jardín está lleno de flores, de velas, de fotografías, de regalos que personas llegadas de todo el país han ido dejando en los últimos días.

-         Está bien, tranquila, llora. Los niños están enseñando a los ángeles a ganar carreras. Mírame a mí, creo que aún no he reaccionado. Sigo trastornado y sin embargo personas desconocidas como tu me dan una fuerza que nunca creí que sería capaz de tener. Venías a consolarme y soy yo el que te consuela. Si algo me ha enseñado mi hijo es que era especial. Cientos de desconocidos han venido a mostrarnos su cariño. Y yo que pensé que eso de “te acompaño en el sentimiento” eran sólo palabras, he descubierto que tienen un significado. La partida de mi hijo me ha demostrado que estamos en el mismo mundo, que tenemos los mismos miedos y que padecemos los mismos sufrimientos. Mi hijo ha destapado en nuestra vida, la grandeza del ser humano.