viernes, 15 de julio de 2011

Bajo las ruedas


No tengo tantos años, pero empieza ha hacer mucho tiempo de algunas cosas, de demasiadas quizás.
Nunca he olvidado el mensaje que lleva un libro de Herman Hesse llamado “Bajo las ruedas”. Por lo duro, por lo real y por lo cotidiano de la situación que describe con una maestría impresionante.
Intento estar por encima del bien y del mal en determinadas situaciones, sobre todo en aquellas que no te llevan a ninguna parte y que si pueden hacerte erosión en la capa externa de la piel o del espíritu, (que para erosionar capas más profundas se necesitan algo más que malas intenciones, al menos en mi caso).
El tema es que hoy muy temprano, una mujer a la que conozco poco y que además no es santo de mi devoción por causas diversas, me comenta que un tercero mantiene un affair con otr@ que evidentemente no es su pareja.
En primer lugar la interrogación se apodera de mis arterias, para dar paso luego a una especie de amargor que sube por la boca del estómago. Respiro profundo cuando oigo el manido comentario de…”pero no digas nada”. Siempre me he preguntado si esa frase encierra un acto de contrición donde el interlocutor entona el “mea culpa” de antemano, y es por eso que no quiere que se sepa una cosa que conoce falsa previamente, o si por el contrario, es un burdo intento de minar la “reputación”,(que por eso digo que me siento vieja porque a estas alturas de la vida he aprendido que la reputación no te la haces, te la hacen), y hay que esconder todo atisbo de luz en una nimiedad que a pesar de serlo, puede también resultar dañina, perversa e incluso mortal para algunas personas.
Todo esto de lo que hoy quiero dejar constancia no es más que un intento, quizás vano, de recordar que tenemos la obligación de no olvidar que los comentarios igual que puedan ensalzar a una persona pueden destruirla. Que no hay más que encender una mecha y dejar que la pólvora vaya encontrando su camino en el boca a boca para hacer de la existencia de alguien un verdadero infierno. Que todos y cada uno de nosotros podemos terminar bajo las ruedas de la maledicencia de cualquier descerebrado. Y que a pesar de saberlo, seguimos pisando el acelerador con demasiada asiduidad, eso si, a toro pasado ninguno de nosotros provocó la primera chispa.