Olaf está sentando en un banco, cobijándose como puede de un sol dictador a la sombra de un álamo. Vive en el parque de una ciudad costera de renombre gracias al turismo de lujo. ¡Paradojas de la vida! A sus pies, tumbada como si de un perro fiel se tratase, hay una maleta de cuero. La piel cubierta por un entramado de muescas y arañazos que forman un mapa, forjado en los caminos que ha ido recorriendo a lo largo de su vida.
Es un hombre alto, de tez blanca como la nieve y cabello negro. De padre noruego y madre española, Olaf se ha resignado a la existencia que le ha tocado vivir. Es consciente de que no ha jugado bien sus cartas. Y también de que la inteligencia sin suerte no es nada, mientras que la ignorancia, empujada de un poquito de azar favorable, lo puede suponer absolutamente todo. Es un ser culto y curtido en mil batallas. Al hablar un poco con él, uno se da cuenta de que menciona con frecuencia autores de renombre, citas célebres desconocidas para la mayoría y que su conocimiento musical, de cualquier género, va mucho más allá del que se adquiere por simple afición. Habla varios idiomas, tiene una educación exquisita y es inevitable preguntarse como ha terminado viviendo en la calle. Consciente como es, de la curiosidad que tan refinado caballero despierta, me hace la deferencia de explicarme sus circunstancias aún sin haberle cuestionado al respecto.
- Yo nací en el seno de lo que se conoce como una familia bien. Mi padre vino a España de vacaciones y conoció a mi madre. Ya sabes, la típica historia de amor entre el guiri y la local. Él era un reputado arquitecto en su país y lo dejó todo por ella. Construyó una casa maravillosa que fue la primera de muchas que iría haciendo con el paso del tiempo, a petición de la gente que veía la nuestra. Sin proponérselo, empezó a trabajar y a ganarse de nuevo muy bien la vida. Yo soy hijo único y como tal me crié. Acudiendo a buenos y caros colegios. Viajando solo en verano desde pequeño, primero a campamentos y luego por libre, según mi padre para adquirir una clase de cultura que sólo se obtiene “viviendo”. Y la verdad es que he tenido una existencia maravillosa. Luego la ley de la vida que es muy irreverente se llevó primero a mi madre. Yo conocí a una chica con la que me casé y con la que no pude tener hijos y es curioso como después de haberlo deseado con tanta intensidad, me alegro también tanto de no tenerlos. Trabajábamos los dos, mi padre ya jubilado vivía con nosotros o mejor dicho vivíamos con él en su casa. Nuestro nivel de vida era bueno. Salíamos a cenar a menudo, viajábamos mucho y no nos privábamos de casi nada, aunque éramos bastante sensatos. Pero como todo se acaba en la vida y lo bueno también, llegó el día en que mi padre fue a reunirse con su amor. Caí en una depresión profunda y tuve que dejar el trabajo. La casa era costosísima de mantener con un solo sueldo y las cosas empezaron a enredarse tan deprisa que ni siquiera me dí cuenta de lo que eso suponía. Aún no había heredado la propiedad por falta de ánimo y evidentemente de recursos económicos, una cosa llevo a otra y sucedió lo peor. Un día llego Luana y me dijo que se iba, que no me quería tanto como para ahogarse conmigo en mi depresión y en el rojo de los números de mi cuenta. El abismo que se abrió bajo mis pies fue tan negro y tan hondo que aún no sé como no cometí una locura. El banco se quedó la casa, empapelada como estaba ya de facturas y recibos…-Hace una pausa para tomar aire-. Y si te digo la verdad fue lo mejor que me ha pasado. Me quedé en la calle, los que eran mis amigos me ayudaron y supe que serían incondicionales para siempre. Los que nunca lo fueron no se marcharon, simplemente nunca habían estado. Como no tengo familia, no arrastro de nadie a este lugar abrupto en el que me encuentro. Pero soy optimista, ya no me deprimo, vivo al aire libre. Oigo el trinar de los pájaros cada día y sé que hay dos o tres personas en el mundo que me aman incondicionalmente aunque me niego a vivir de su caridad. Esta noche podría dormir en el sofá de alguno de ellos, pero prefiero arreglármelas sólo. Como decía Semprun, “Todo me había ocurrido ya, nada podía sucederme. Nada sino la vida, para devorarla con avidez”.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar.....cierto !. Cuando se toca fondo y se tiene la suerte de "gatear" de nuevo y levantarse después, aún sin haber cambiado nada en el Universo, la perspectiva ante nuestros ojos nunca será la misma y nuestro espíritu aprende a crecer renovado.
ResponderEliminarGRACIAS