Yo conozco a un hombre cuyas manos tejen con infinita e impecable sapiencia. Trenza hilos con soberana maestría, de manera similar, si se me permite la vanidad de compararme con alguien que brilla con luz propia, a como yo hilvano las palabras que forman las humildes frases que luego lanzo contra el viento y que a veces, tengo la suerte de que arriben al puerto de algunos ojos. Es un hombre cuyos estilizados dedos invitan a menudo a unas agujas a bailar un baile de salón. Éstas se prestan con devoción, como una dama ansiosa por voltear alrededor de una sala, al son de músicas celestiales que las transporten más allá del límite del abismo de una pura e inmaculada creación. Es un hombre de tamaño medio que no necesita de más corpulencia para cobijar dentro de su alma un tesoro más grande y a un ser más lleno de arte y de amor a partes iguales. ....
La vida que es tremendamente generosa conmigo, a pesar de los desplantes que le hago a veces, queriendo o sin querer, abrió un día un resquicio para que me colara en su vereda y me permitió echar un vistazo a todo lo que rodeaba su mundo interior. Yo que no entiendo de dioses ni de religiones, cerré los ojos e imploré a lo más grande y más profundo no tener que irme nunca. ....
Esa misma vida que es un metro que está a punto de partir la mayoría de las veces, fue complaciente conmigo oyó mi plegaria e hizo justo lo contrario. Arribó un verano a un andén lleno de flores de colores, donde jugaba una niña que nos miró a los dos, uniendo lo que quizás de otro modo nunca hubiera sido más que un camino paralelo, de esos que se miran de soslayo y nunca se cruzan entre sí. ...Y me regaló a mi compadre!
No hay comentarios:
Publicar un comentario