miércoles, 24 de agosto de 2011

La portada


-       ¿Diga? –contesté con voz de ultratumba-.
-       Buena la has hecho, si querías impresionarnos te has superado, nos vas a matar a disgustos…
-      Mamá, como no te expliques mejor,-dije aún adormilada-, ¿qué hora es? ¿qué pasa ahora?
-       Son las ocho de la mañana y si quieres saber la que has liado vete a la calle verás que pronto te enteras.
Mi madre me colgó el teléfono y ni me inmuté, la pobre mujer era una histérica-depresiva que se había pasado la vida intentando jugar con la mía a los barcos, sólo que hasta ahora no había conseguido hundirme ni de refilón, pero he de reconocer que me dejó en ascuas. Así que me levanté y después de darme una ducha y tomarme un café bebido salí a la calle a buscar la respuesta de tan maño cabreo.
Antes de irme a la redacción pasé por el quiosco de siempre a comprar la prensa. Cogí mis diarios, para el que trabajo y los de la competencia y cuando fui a pagar, Manolo, el quiosquero, me metió entre los periódicos un ejemplar de Interviú y sonriendo socarronamente me dijo: -A este invita la casa-.
Camino de mi coche sonó el móvil, era Andrés, un amigo de toda la vida que vivía en Madrid y se ganaba la vida como actor. El día antes lo había dejado en el Ave que lo llevaría de vuelta a casa después de haber pasado juntos el fin de semana.
-       Hola cielo! ¿Llegaste muy tarde?
-       Tía estoy acojonado, tengo taco de periodistas en mi puerta, mis padres tienen un disgusto enorme, me cago en todo, ¿no has podido pararlo?, trabajas en esto!!!!!
-       Eres la segunda persona que me llama hoy para darme la bronca, ¿se puede saber qué está pasando? –dije cansada de una situación que se me escapaba-.
-       Lo que faltaba, ¿no me digas que no lo sabes?, bueno mejor que te lo diga yo, que a mi me lo ha enseñado el portero de mi casa y quería morirme…Compra el interviú y luego me llamas, –y colgó-.
No me dio tiempo a asimilar sus palabras cuando mecánicamente abrí los diarios y allí estaba la respuesta a mis interrogantes, en la portada de la revista, Andrés y yo, en todo nuestro esplendor, saliendo de una piscina a media noche, divinos de la muerte, entre risas y bromas, pero en pelotas.
-¡Qué hijos de la gran puta!-solté en voz alta en mitad de la calle, el barrendero me miró y su sonrisita lasciva me mosqueo mucho más de lo que ya, de por si, estaba-.
No me cogió de sorpresa las artes que se gastaban muchos en mi gremio, estaba cansada de ver como se ganaba una cantidad indecente de dinero publicando las miserias de los famosos, pero esto era más de lo que nunca llegué a imaginar.
La noche de autos, éramos un grupo de gente celebrando una fiesta en una casa, pocos, unos seis, todos amigos de toda la vida, o eso creíamos. La vivienda en la que estábamos era un ámbito privado, pero al autor de las instantáneas le había importado poco. Sabía quien las había hecho y también la razón de que su firma no apareciera en el reportaje.
Tenía náuseas. Me paré y entré en un bar, pedí una infusión y me senté al fondo, donde nadie pudiera verme. Abrí la revista y tomé aire. Las fotos eran parecidas entre sí, sólo se nos veía a nosotros dos, vende más una noche erótico-romántica entre famoso y periodista, que seis personas en una cena que se dan un baño sin ropa en un momento puntual. Lo peor de todo era mi padre, estaba enfermo del corazón y eso me intranquilizaba. Andrés y yo nunca mantuvimos una relación amorosa, pero eso daba igual. De hecho a los dos nos gustaba el mismo género. Ahora vendrían rodados una serie de programas que lanzarían una batería de farsas y calumnias, pero la maquinaria ya se había puesto en marcha. En estos casos siempre es mejor no desmentir, no entrar a formar parte de la atracción circense. Llamé a Andrés y le dije que se quitase de en medio unos días, hasta que pasase la marabunta. Todo se pasa, afortunadamente, ya nadie se acuerda del “descuido” de aquella joven marquesa en una discoteca y tampoco de la “pillada in frangati”, cuando aún eran amantes y casados ambos, entre una reina de papel couché y un entonces ministro. Ambos reportajes fueron firmados por el mismo cabrón que había hecho éste.
Mi teléfono sonó, sacándome de mi ensimismamiento. Era mi hermano.
-Niña, ¿dónde estás? A papá le ha dado un infarto, estamos en el hospital….Ven en cuanto puedas.
Lo demás se sucedió con una rapidez pasmosa, no sé muy bien lo que pasó a mi alrededor, llantos, cientos de formularios que rellenar para organizar el funeral, amigos cercanos y lejanos que vinieron a darnos las condolencias, curiosos y compañeros, (mejor dicho aves de rapiña que compartían conmigo profesión aunque no tuviéramos nada que ver en las formas ni en el fondo), y que tuvieron que ser expulsados del tanatorio por los agentes de seguridad privada del recinto y mi caos interior, que me inundaba como un tsunami emocional si dejarme centrarme en nada…
Todos sentían el dolor de una pérdida grande e inesperada. A pesar de su enfermedad, que estaba controlada, nada hacia presagiar ese final de manera tan súbita. A toda la familia le invadió la pena, yo, además, sentí una losa sobre el pecho que no me dejaba respirar. Mi madre me miraba inquisitiva, me culpaba, lo sabía, podía sentirlo. Mi hermano no me  habló desde que nos comunicaron la noticia y yo no dejé de atender a la gente, no podía parar, no quería, necesitaba no pensar.
Andrés me llamó, le dije que no se le ocurriera aparecer. Era mi amigo de toda la vida, mi alma gemela, sabía que lo sentía casi como yo, pero que viniese sólo haría aumentar el morbo y echar más leña al fuego. Me repetí a mi misma que no “hay males que duren más que yo”. Tenía que ser fuerte y esperar a que pasase el momento nefasto que estaba viviendo.
Un poco aturdida, salí a tomar un café a la máquina que había en el pasillo. Varias puertas comunicaban con el mismo hall, eran diferentes salas de duelo. Más gente sufriendo pérdidas, seguramente, irreemplazables. Iba cabizbaja, me sentía hundida y de pronto, me tropecé con alguien.
-Perdón –musité-.
Y al levantar el rostro le vi, era José, trabajaba entre otras, para mi empresa, era freelance, (fotógrafo ó paparazzi – palabra que se había puesto de moda hacía sólo unos años-, que iba por libre y vendía su material al mejor postor). José estaba en la cena, era “amigo”  desde hacía muchísimos años y era el que nos había vendido.
¿Había venido a hacer la segunda parte del reportaje de su vida a costa de mi familia?
-Lo siento –me dijo en un susurro-.
El próximo eco que se oyó retumbar en las paredes, fue el sonido de la tremenda bofetada que le di sin siquiera pensármelo.
Se hizo un segundo de silencio, se abrieron las puertas de las 2 salas ocupadas en ese momento por familiares de difuntos.
De una de ellas salió el hermano de José, mientras éste me miraba aturdido, aún sin reaccionar.
-Siento mucho la pérdida de tu padre, -dijo Manuel-, mira como es la vida de perra, la mujer de José se mató ayer en un accidente.
Miré a José, las lágrimas acudieron a sus ojos….Y una única frase me vino a la mente en ese momento, un refrán que habla de arrieros y de caminos, pero me dije que la vida hace algunas veces raros malabares y que bastante tenemos con intentar no perder el equilibrio.

6 comentarios:

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  2. Nosotros hacemos malabares para seguir el equilibrio de la vida.

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  3. Siempre me tienes en suspense con tus historias....me gusta lo que escribes.

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  4. Me hace gracia porque tienes el mismo fondo de blok que yo, se nos nota el amor a los libros.

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  5. Berenguela I muchísimas gracias por venir por aquí. Si que me gustan los libros. Un abrazo grande para ti

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  6. ......en la jungla de los humanos siempre habita alguna alimaña....No quisiera tener sobre mi, ni un segundo, el peso de su conciencia...

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