miércoles, 16 de noviembre de 2011

Carreras en el cielo

Roberta apoya la mejilla en la ventanilla del coche. El tintineo del motor que hace temblar el cristal le produce una suerte de cosquilleo que le calma los nervios. El paisaje  es precioso, una delicia para el visitante y un orgullo para el oriundo. Italia es rica en lagos, parajes verdes, viñedos, edificaciones solemnes de familias con solera y escudo y construcciones añejas mecidas en lo que un día fue la cuna del mundo. Pero Roberta no puede ver nada. Sus ojos miran hacia el infinito, clavados en un horizonte azul que nada muestra y que todo encierra. Mirar sin ver es uno de los actos reflejos que más practica el ser humano, aún sin darse cuenta muchas veces, pero ella es consciente de su pecado. No hay nada ahí fuera capaz de llamar su atención, nada que la atraiga o la conmueva. No hay nada.
Luigi conduce en silencio, hace ya meses que no cruzan más que las palabras estrictamente necesarias. No saben que decirse, perdieron en un instante la capacidad de comunicarse, de contarse sus sentimientos, de arroparse el uno al otro, de tenderse una mano o darse un abrazo en la oscuridad del camino. A Luigi lo criaron en una familia típicamente mediterránea, con ese absurdo convencimiento de que los hombres no pueden tropezar ni mostrar debilidad. Un hombre es un hombre y no hay lugar en su interior para sentimentalismos que no llevan a ninguna parte y que tan poco respeto inspira a los demás.
La mira de reojo, hace meses que la observa, ve como Roberta se va ahogando en un mar de silencio, el mismo que ellos se han impuesto de mutuo acuerdo con sólo cruzar las miradas.

Van llegando a su destino. Levanta el pie del acelerador, duda un momento pero Roberta sale de su ensimismamiento y le ordena sin palabras continuar. El obedece y toman el camino de tierra que les lleva a su destino.

Cuando llegan se bajan los dos del coche y sigue el perpetuo silencio. Ella saca unos mazapanes envueltos en un paño de cuadros rojos y blancos, dulce típico de Sicilia, su casa. Le tiemblan las manos pero se insufla valor, aminorando el paso, dando tiempo a Luigi a llegar a su lado. Caminan juntos. Llaman a la puerta, un perro ladra alertado por el timbre, tardan un poco pero se oyen pasos que se acercan.
La puerta se abre y un hombre encorvado que se adivina un día fue grande asoma, abatido, con los hombros caídos y  los ojos cansados de buscar, escondidos tras sus gafas graduadas.

Roberta da un paso, le adelanta el presente e intenta que la voz no se le rompa justo ahora.

-         Hola Paolo, mi marido y yo, hemos venido a presentaros nuestros respetos. Nuestro único hijo murió hace dos meses en un accidente de moto, como el vuestro y hemos pensado que si os ofrecíamos un poco de aliento quizás….

No puede continuar se le quiebran las buenas intenciones, la voz y el alma. Se abalanza sobre Paolo, lo abraza, llora desconsoladamente y se aferra con fuerza a ese hombre como si hacerlo pudiera purgarle el dolor que trae a cuestas.

Luigi no se mueve. Incapaz de reaccionar al ver a Roberta por fin partirse en dos. Sólo llora por primera vez desde aquél día.

Paolo la abraza a su vez, mira al marido y esboza una mueca, algo parecido a una sonrisa.

El jardín está lleno de flores, de velas, de fotografías, de regalos que personas llegadas de todo el país han ido dejando en los últimos días.

-         Está bien, tranquila, llora. Los niños están enseñando a los ángeles a ganar carreras. Mírame a mí, creo que aún no he reaccionado. Sigo trastornado y sin embargo personas desconocidas como tu me dan una fuerza que nunca creí que sería capaz de tener. Venías a consolarme y soy yo el que te consuela. Si algo me ha enseñado mi hijo es que era especial. Cientos de desconocidos han venido a mostrarnos su cariño. Y yo que pensé que eso de “te acompaño en el sentimiento” eran sólo palabras, he descubierto que tienen un significado. La partida de mi hijo me ha demostrado que estamos en el mismo mundo, que tenemos los mismos miedos y que padecemos los mismos sufrimientos. Mi hijo ha destapado en nuestra vida, la grandeza del ser humano. 


5 comentarios:

  1. "A menudo se encuentra al destino en el camino que se tomo para evitarlo". Jean de La Fontaine

    Mil abrazos y gracias!!

    ResponderEliminar
  2. Tú si que me entiendes Tony!!!!! Gracias a ti

    ResponderEliminar
  3. el ser humano tiene mensajes increíbles en su genética..pero el que no está es el saber qué hacer cuando la generación posterior muere antes.
    un escrito como siempre con los tuyos, que te hacen mirar para adentro.
    un beso Belén

    ResponderEliminar
  4. Después de todo lo que vemos al mirar hacia fuera, de tanta superficialidad y desinterés algunas veces, no todas, afortunadamente, nos queda mirar el interior. Beso para ti a

    ResponderEliminar
  5. A menudo tendemos a pensar que nuestras circunstancias sólo las vivimos nosotros y sabernos parte de un grupo, conocer que a otras personas les ha ocurrido lo mismo y nos apoyan, es un gran consuelo. Hermosísimo texto Belén, llegas al corazón

    ResponderEliminar